Isidore Ducasse
el Conde de Lautréamont…
El mal como camino al bien.
"Plegue al
cielo que el lector, enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee, halle
sin desorientarse su abrupto y salvaje sendero por las desoladoras ciénagas de
estas páginas sombrías y llenas de veneno”.
Isidore Ducasse.
La belleza, esa belleza a la cual Arthur Rimbaud, sentó
sobre sus rodillas, esa que encontró amarga e injurió, se hace también presente
frente al Conde de Lautréamont y él se le enfrenta a ella con un fuerte humor
negro, hiriente y abominable… ¿Qué es la belleza para este Conde de las
tinieblas? El hacer renacer las eternas interrogantes ¿Qué es lo feo y que es
lo bello? ¿Qué es lo bueno y que es lo malo? ¿Que es lo moral y que es lo
inmoral? La belleza, la belleza…Nos la describe de esta manera Isidoro, con su
piquete de veneno: “Bella como la memoria sobre la curva que describe un perro
que corre tras de su amo... Bello como la ley que detiene el desarrollo del
pecho de los adultos, cuya propensión al crecimiento no es proporcional a la
cantidad de moléculas que su organismo asimila… Bella como el temblor de las
manos en el alcoholismo… Bella como la retractibilidad de las garras de las
aves de rapiña o como la poca seguridad de los movimientos musculares en las llagas
de las partes blandas de la región cervical posterior… Bella, como el encuentro
fortuito de una maquina de coser y un paraguas, sobre una mesa de disección… La
belleza, esa que uno ve cuando ama y no ve cuando odia… ¿pero que hace que algo
sea bello o que sea feo? ¿Qué es
entonces la fealdad? Todo depende del color con el cristal con que se mire,
según dice la canción.
Este poema en prosa, que hace daño a los nervios y que
habla de los perros nocturnos nos muestra con certeza su juego maravilloso en
torno a la belleza.
Los perros aúllan: "sea como un niño que grita de
hambre, sea como un a gato herido en el vientre, bajo un techo, sea como a una
mujer que pare; sea como un moribundo atacado de la peste en el hospital…
contra sus propios ladridos, que a ellos mismos dan miedo; contra los sapos, a
los que revientan de un solo apretón de mandíbulas (¿para que se alejaron del
charco?); contra los grandes peces que nadan mostrando su negro lomo y se
hunden en el abismo—, y contra el hombre que les esclaviza..."
La gran obra escrita por el Conde de Lautréamont, el
libro de cuna de los Da-Daistas y de los Surrealistas, fueron los cantos de
Maldoror, compuestos entre 1868 y 1869, cuando el Conde apenas tenía 22 años y
a tan solo dos años de vida por delante, porque el Ducasse murió asesinado por
orden de Napoleón III en 1870 a los 24 años de edad, André Breton consideró
este texto como: “una expresión de una revelación total que parece exceder las
posibilidades humanas”… Diría entonces Breton: Tal vez sea al Conde de
Lautréamont a quien incumba, en mayor medida, la situación poética actual:
¡entended la revolución surrealista! Tristan Tzara por su parte hablaba de los
cantos como la Biblia Negra… Esta obra sin dudas está llena de intuiciones
geniales e ideas provocadoras contra la moral, la religión y contra la
estupidez humana, ella muestra visiones muy negras del alma, contiene imágenes
delirantes, blasfemas, eróticas, grandiosas y horrendas, fue escrita con un
humor feroz que lleva constantemente al lector a cuestionar todo y cuestionarse
a si mismo, ella es la verdadera “temporada en el infierno” ella es la
encarnación de “las flores del mal” y resume en si todo lo que muchos podrían
considerar “Pecado”. ¿Será como dicen los expertos un libro diabólico y extraño,
burlón y aullante, cruel y penoso; un libro en que se oyen a un mismo tiempo
los gemidos del dolor y los siniestros cascabeles de la Locura? Vaya usted a
saber…
La primera versión completa de Los cantos de Maldoror la
imprimió en 1869, el editor Albert Lacroix, pero jamás salio de sus talleres ya
que él nunca se atrevió a ponerlas en circulación temiendo la censura por la
violencia del lenguaje, pasaron entonces once años para que en 1885, Max Waller
lo distribuyese entre sus camaradas literarios; entre ellos Iwan Gilkin, poeta
belga, quien inició su difusión en el país que la vio nacer, en Francia… Mucho
agua ha pasado desde entonces bajo de los puentes, las imprentas han
reproducido Los cantos en traducciones y versiones incontables, algunas de ellas
han sido ilustradas por grandes maestros como Salvador Dalí o René Magritte.
Lautréamont proclama el mal como camino al bien; cantándole
al mal no hace otra cosa que en verdad elevar su canto al bien, él mismo lo
afirma en una carta que le escribió a Verbroeck Hoven en Paris el 23 de Octubre
de 1890, en la que le dice, “Déjeme que ante todo le explique mi situación, canté
al mal como han hecho Mickiewicz, Byron, Milton, Southley, A. de Moussett,
Boudelaire… Naturalmente Exageré el diapasón para crear algo nuevo en el
sentido de esa literatura sublime que canta la desesperación, solo para
atormentar al lector y hacerle desear el bien como remedio. De este modo es el
bien lo que en definitiva se canta, pero con un método más filosófico y menos
ingenuo que el de la antigua escuela, de la que Víctor Hugo y algunos otros son
los únicos representantes todavía vivos”
Justo hoy que hay luna llena, Isidoro Duchase a quien a final de
cuentas le canta es al bien con “Los Cantos de Maldoror”.
El Conde decía: Viejo océano, tus aguas son amargas,
tienen exactamente el mismo gusto que la hiel destilada por la crítica sobre
las bellas artes, sobre las ciencias, sobre todo. Si alguien tiene genio, se lo
hace pasar por idiota, si algún otro es corporalmente bello, resulta un horrible
contrahecho.
Otros poetas han explorado los laberintos del mal,
grandes entre los grandes, Dante, Milton, Poe y Baudelaire, pero Lautréamont es
quien sigue ese camino de una manera nada ortodoxa, retomando los cantos épicos
y las formas retóricas clásicas para romperlas en pedazos con ironía,
desparpajo y sobre todo mucho humor negro.
El final del primer canto es un agradable cumplimiento
para el mismo lector al que Baudelaire le dedicara sus Flores del Mal, al lado
de esta despedida: Adieu, vieillard, et pense à moi, si tu m'as lu. Toi,
jeune homme… car tu as un ami dans le vampire, malgré ton opinion contraire.
Maldoror
es el alter ego de Isidore Ducasse, así como Rose Selavie lo era de Marcel
Duchamp o Tristan Tzara de
Samuel Rosenstock, una figura demoníaca suprema que aborrece a
Dios y a la humanidad, y que se muestra bajo todos los modos del horror y la
corrupción. Isidoro Ducasse, con un lenguaje enfebrecido, con una postura
terrible, cual ángel furioso, en este texto alucinatorio y apocalíptico,
incluye pederastas, terribles vampiros, criaturas misteriosas devueltas a la
arena por el mar y describe episodios de pesadilla con sepultureros… Sus
animales son creaciones del Diablo, el sapo, el búho, la víbora, la araña,
monstruos odiosos que bullen en esos negros abismos con sus ventosas, garras,
picos… las aletas se convierten en emisarios certeros de la poética del mal.
El Conde de Lautréamont nació en Montevideo, Uruguay en
el año de1846, siempre utilizó ese seudónimo, pero su nombre era en verdad,
Isidore Lucien Ducasse, no pensó jamás en la gloria literaria, no escribió sino
para sí mismo. Nació con la suprema llama genial, y esa misma le consumió. De
la vida de su autor nada se sabe, los grandes artistas, poetas, pensadores e historiadores de la lengua francesa, hablan
del libro como de un devocionario simbólico y raro, algunos lectores al
aproximarse se retiran cerrando el libro y por ende cerrando sus ojos, otros
caen en picada hasta el fondo a un viaje al estilo de Prometeo, en donde el mal
será el guía y no Virgilio y donde el aprendizaje del bien resulta del deseo
desesperado de buscar la luz al final del túnel, eso que hace, cuando nos vemos
tocando el fondo y nos mueve a mirar hacia arriba buscando la salida.
Lautréamont gritaba a voz en cuello: "Soy hijo del
hombre y de la mujer, según lo que se me ha dicho. Eso me extraña. iCreía ser
más!"
Casi hijo de Ducasse se hace Jim
Morrison muchísimos años después, cuando junto al grupo The Doors canta su
pieza The End, haciendo casi un canto de Maldoror, con su: “Father, yes son, I want to
kill you, Mother...I want to...fuck you...C'mon, yeah, Kill, kill, kill, kill,
kill, kill, This is the end, Beautiful friend, This is the end”.
León Bloy fue el descubridor del conde de Lautréamont,
fue él quien hizo ver como llenas de luz las llagas del alma de este nuevo y bíblico
“Job” blasfemo…
Como a Job, al Conde se le turban las visiones, como Job,
puede exclamar: "Mi alma es cortada en mi vida; yo soltaré mi queja sobre
mí y hablaré con amargura de mi alma"
Dice Bloy: No aconsejaré yo a la juventud que se abreve
en esas negras aguas, por más que en ellas se refleje la maravilla de las
constelaciones, no sería prudente a los espíritus jóvenes conversar mucho con
ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarría literaria, o gusto de un
manjar nuevo ¿Qué infernal cancerbero rabioso mordió a esa alma, allá en la
región del misterio, antes de que viniese a encarnarse en este mundo? Su libro
es un breviario satánico; impregnado de melancolía y de tristeza, quien ha
escrito los Cantos de Maldoror puede muy bien haber sido poseso por los
demonios, para lo cual se hace preciso el exorcismo por la Santa Madre Iglesia.
Escuchad estos amargos fragmentos del genio de Ducasse:
"Soñé que había entrado en el cuerpo de un puerco,
que no me era fácil salir, y que enlodaba mis cerdas en los pantanos más
fangosos. ¿Era ello como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡no pertenecía
más a la humanidad! Así interpretaba yo, experimentando una más que profunda
alegría. Sin embargo, rebuscaba activamente qué acto de virtud había realizado,
para merecer de parte de la Providencia este insigne favor... Más, ¿quién
conoce sus necesidades íntimas, o la causa de sus goces pestilenciales? La
metamorfosis no pareció jamás a mis ojos, sino como la alta y magnífica
repercusión de una felicidad perfecta que esperaba desde hacia largo tiempo.
¡Por fin había llegado el día en que yo me convirtiese en un puerco! Ensayaba
mis dientes sobre la corteza de los árboles; mi hocico, lo contemplaba con
delicia. No quedaba en mi la menor partícula de divinidad, supe elevar mi alma
hasta la excesiva altura de esta voluptuosidad inefable."
El Conde de
Lautréamont murió asesinado en 1870, fue muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, resucitó al tercer día, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios
padre todo poderoso y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos…
Disculpen, ando un tanto confundido con esta historia
¿Era él, no era él, o era aquel?
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